07 octubre 2009

Una historia como otra cualquiera IV

El sábado siguiente ya me había repuesto un poco de mi traidora autoestima. Esta vez iba dispuesto a unir al fin mi vida a la suya. Llevaba pensadas un montón de frases para iniciar una conversación y sus correspondientes preguntas u observaciones para seguir la conversación hasta el final. Una sería, por ejemplo:

"‑Oye, perdona que te pisara el otro día ‑, le diría yo con tono despreocupado.

‑Ah, por eso no te preocupes ‑, respondería ella

‑Es que me he comprado unas botas nuevas y no calculo bien las distancias

‑ No importa

‑ Además, andaba un poco despistado entre las luces, el ruido...

‑ Sí, la verdad es que aquí hay demasiado ruido

‑ Y sobre todo las luces, que confunden los sentidos. Hay un estudio que ha hecho un equipo de la Universidad de Conecticut que estudia de qué manera las luces psicodélicas afectan al estado de ánimo de las personas y de qué manera las pueden incitar a bailar, a reírse, a estimular la secreción de adrenalina e incluso la líbido.

‑ ¡Oh! ¡Qué conversación tan interesante! Tú debes ser un intelectual

‑ ¿Por qué lo dices?‑ preguntaría yo, modesto.

‑ ¡Pero si se nota en tu forma de hablar!. Me encantaría seguir hablando contigo; pero en este sitio hay demasiado ruido. ¿Te parece bien que vayamos a un sitio más tranquilo?

‑ Me parece estupendo."

Entonces en ese sitio tranquilo le confesaría que mis botas eran viejas y que en realidad la pisé porque andaba cegado por la pasión que sentía hacia ella. Supuse que era una conversación interesante y una forma memorable de iniciar un idilio.

También había pensado pisarla otra vez disimuladamente para que diera la impresión de que realmente nuestras vidas estaban unidas por el destino; o preguntarle si me conocía porque su cara me resultaba muy familiar, pero ese truco ya estaba muy visto. Otra alternativa era regalarle un disco de Mari Trini, pero recordé su forma de bailar en lo alto de la tarima y descarté que supiera siquiera quién era Mari Trini. Finalmente me decidí por la primera opción.

Esta vez estaba también al lado de la escalera. Me intenté peinar con las manos y me palpé la aleta izquierda de la nariz para ver si había crecido mucho un grano que había empezado a salirme aquella mañana. Me fui acercando; esta vez estaba también con la amiga pero no hablaban, seguían la música con la cabeza. Cuando llegué a su lado, empezaron a mirarme sorprendidas; no sé si temía que la pisara otra vez o es que no se acordaba en absoluto de mí. Decidí hablar para no alargar más su curiosidad. Pero cuando fui a mover la lengua noté que pesaba más de lo normal y que me costaba mucho echar aire; parecía como si tuviera la boca anestesiada. Dije: "Pee‑ perdooo‑ona", pero me salió muy bajito; yo hacía gesto de hablar pero parece que aquello no se escuchaba fuera. Considerando que la conversación que tenía pensada era profunda y requería de complicadas modulaciones de voz (yo no estaba como para decir "psicodélicas") decidí que lo más socorrido era pedir fuego y así lo hice. Pero lo hice sin acordarme que yo ni llevaba tabaco ni había fumado en mi vida. Con el mechero en la mano y ante la extrañeza de las dos compañeras dije nervioso que era para mi amigo; y salí corriendo a la otra punta de la discoteca. Allí hice un poco de tiempo y me aseguré de secar el brillo de mi frente. Al llegar de nuevo al potro de tortura las dos amigas estaban riéndose y comprendí que era de mí. Le di el mechero y cuando iba a salir corriendo de nuevo para no volver a aquella escalera ni a aquella discoteca y había ya decidido irme a la recogida de peras en Lérida con tal de dejar el pueblo, quiso el destino sonreírme por primera vez en muchas reencarnaciones. La causante de mis desvelos me miró y con una voz casi más dulce de lo que se la había imaginado, dijo: "Tú eres el que me pisó el otro día, ¿no?" Enseguida resucité, se me cambió la cara y me salió una sonrisa de vendedor de seguros.

‑Sí, yo era: Es que me había comprado unas botas nuevas y no calculaba bien las distancias.

‑ Además, con las luces y el ruido...

Continuará. Ver las primeras partes de esta historia en "Una historia como otra cualquiera"

©Javier Vidal

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