30 diciembre 2008

Me seguirás queriendo mañana?

Esta es una canción genial de la no menos genial Carole King. Esto es un directo, por lo que cambia un poco respecto al original. La versión del disco Tapestry es ligeramente distinta y probablemente mejor, pero es que en el youtube lo que único que venía era una con una presentación de fotos a cual más cursi. Aún así merece la pena escucharla. Buscala, que es increible, además de que encontrarás versiones de la misma canción de la flipona de Amy Winnehouse, Elton John, Bryan Ferry y demás. Aquí cuelgo un directo, con la letra traducida.

11 diciembre 2008

Cuenta conmigo

Este video forma parte del proyecto "playing for change". Por todo lo que la música puede cambiar y todo lo que se necesita cambiar. La música es universal y todos pedimos un cambio. "No importa quién seas ni adónde vayas en tu vida. En algún momento necesitarás a alguien a tu lado"

07 diciembre 2008

Una historia como otra cualquiera III

La semana la pasé reviviendo aquellas escenas de la discoteca; pero las veía a cámara lenta (ya que tenía la imaginación). Al llegar el fin de semana el corazón se me aceleró ante la idea de verla otra vez. Mi única preocupación era un grano que me había salido en el pómulo derecho; en realidad no se notaba mucho, pero yo lo sentía como si tuviera un piloto rojo parpadeando en la cara, con una flecha señalando y un cartel encendiéndose y apagándose que dijera: ¡¡¡Miren, miren el barrillo!!!. El viernes no la vi pero el sábado sí; fue en la misma discoteca.
Yo iba vestido con lo más atrevido de mi vestuario, que no dejaba de ser ropa de seminarista; aún así no iba del todo mal, si no fuera por el intruso del pómulo. La vi al lado de la escalera, estaba muy metida en conversación con una amiga; me despegué disimuladamente de mis amigos y me fui hacia ella. Me dirigía con paso firme, la cabeza alta, sin perderla de vista, convenciéndome a mí mismo de que el hijo de mi madre era irresistible, que hay veces en la vida en que un hombre debe tener valor y que ésta era una de esas veces. Pero conforme me iba acercando empezó a fallarme el ejercicio de autoestima, el ego se me fue desinflando y empecé a notar el intermitente del grano cada vez más rápido. Al llegar, mi amor propio estaba hecho un calcetín apestoso, las piernas me temblaban, empecé a sudar. Me acerque lo más que pude a ella como si estuviera esquivando a la gente, aunque en aquel rincón no había nadie. Al empezar a bajar las escaleras le pisé el pie derecho sin darme cuenta. La miré como pude, me miró indignada, le dije "perdón"; y siguió hablando con su amiga como si nada. Desde luego no la había impresionado con mi presencia. Me despedí de mis amigos y me fui a un sitio donde nadie me viera, que era mi casa. Le pedí perdón al espejo unas mil veces para saber la imagen que ella se había llevado de mí y cuando dije perdón mil doscientas cincuenta veces llegué a la conclusión de que ella habría pensado que era un subnormal pisamujeres, de aspecto desagradable y con la cara desfigurada por un barrillo enorme. Entonces decidí dejar a mi abuelo en paz e intentar dormir yo a ver si así me olvidaba un rato de mi existencia. (Continuará...) Ver las primeras partes de Una historia como otra cualquiera
©Javier Vidal

28 noviembre 2008

Más madera

Más madera Hay una escena genial en la película, “Los hermanos Marx en el Oeste”, en la que se montan en un tren en el que no había madera. Para ellos no fue ningún problema: echaron mano de los asientos del tren, de los maleteros y de todo lo que había en los vagones que fuera, oliera o pareciera madera. Con el improvisado combustible pusieron el tren en marcha y siguieron su ruta. Pero el trayecto era largo y la máquina demandaba más y más combustible. Y allá los pasajeros avezados, sin ningún problema iban poco a poco destrozando los vagones y echándolos a la caldera para que el tren siguiera adelante. Y al grito de “más madera” se iba quedando sólo la máquina y unos cuantos vagones de los que apenas quedaban las ruedas. Ahora, recién empezado el siglo XXI, fracasado el comunismo y erigido en dueño y señor del pensamiento único el capitalismo, parece que no hay otro sistema posible que no sea convertir el mundo en una selva donde gana el más fuerte y donde el “sálvese quién pueda” se intenta disimular con tímidas políticas sociales, aptas sólo para los habitantes de los países que se han salvado de la masacre liberal. Donde los defensores de este mundo que se deshace, ajenos a cualquier planteamiento trascendente, ético o moral, ya no creen en el mismo dios de toda la vida, sino que se han inventado uno con una “mano invisible” que arregla todo, como el 3 en uno, que pone las cosas bien o, mejor dicho, en SU sitio. (¡Que el Dios de toda la vida de idem se quede para los pobres y para consuelo de desgraciados! ¡Qué ridículos los ecologistas, que creen que la tierra se viene abajo! ¡Qué ilusos!...Pero nosotros no somos ilusos… aunque creamos que esto se arregla solo, con la “mano” arreglatodo) Ahora, recién empezado el siglo XXI, las hipotecas de unos desgraciados se convierten en las alas de la mariposa que provocan un huracán en la otra parte del mundo. El castillo de naipes liberal se deshace con un simple soplido. Y no se cae en una mesa verde, se cae sobre nosotros. Enseguida se reúnen los grandes jefes de las tribus elegidas y después de mucho pensar, deciden que hay que darle dinero a los bancos, hay que aumentar la producción como sea, hay que seguir para adelante, aunque no se sepa muy bien adónde ni cómo ni cuándo ni cuántos. A lo mejor no querían que fuera Zapatero a la reunión del G20 porque iban a necesitar su silla para echarla a arder en la máquina. Al final le dejaron una silla prestada y se pudo sentar. Pero cuando termino la famosa de reunión de los jefes supremos, aunque los distintos telediarios, periódicos, radios y portavoces de gobierno procuraban hacer la crónica de todo lo que se habló de modo que no se entendiera nada, me quedé parado un momento; y desde aquí abajo, desde lo más bajo, todos los ruidos se fundieron en uno solo que se hizo grande. Y entonces se pudo escuchar perfectamente a través de todas las montañas y valles del planeta aquel mensaje que venía desde los lujosos salones presidenciales: ¡¡Más madera!!!
©Javier Vidal

23 noviembre 2008

Una historia como otra cualquiera II


La primera vez que la vi fue en una discoteca; era un sábado por la noche. Vivía en mi pueblo supongo que desde chica, pero nunca había reparado en ella hasta aquel día. Desde luego, si no la hubiera visto me hubiera dedicado a vender cupones, porque estaba montada encima de una tarima, con una camiseta ceñida que le dejaba el ombligo al aire y una falda que dejaba casi al sereno otra parte de su cuerpo. Bailaba como si estuviera poseída y tenía a sus pies a una legión de hombrecillos embobados con su danza (y seguramente también con su ventilado cuerpo). No parecía que fuera el tipo de mujer que conviniera a un intelectual como yo y. por supuesto, tampoco era el tipo de novia que fuera a gustar a mi madre y a mis ocho tías, deseosas todas de verme emparejado con una licenciada en lo que fuera; pero yo no pude evitar quedarme prendado de aquella belleza virginal...., o por lo menos, belleza a secas. Aquel momento duró muy poco; hizo tres pompas más con el chicle, miró su reloj y se fue. El club de fans que tenía debajo rompió filas y a mí me dejó hecho un autista para toda la noche; la música, la gente, las luces bullían a mi alrededor, pero yo ya no estaba allí, estaba en un mundo lejano en el que sólo existíamos ella y yo. El día siguiente lo pasé de un bar a otro, de una cafetería a otra, de un pub a otro, buscándola entre una informe masa de gente vestida de domingo y convenciendo a mis amigos de que en el siguiente bar íbamos a estar mucho mejor porque había mas ambiente. Estuve en bares que no había pisado en mi vida, mis amigos se fueron; afortunadamente encontré a un conocido que me caía fatal pero que servía de acompañamiento para mi deambular por la hostelería de mi pueblo. Pero mi búsqueda fue inútil; al final acabé borracho en una tasca mientras aquel insoportable hablaba de fútbol y me contaba con todo detalle "La guerra de las galaxias", seguramente la única película que había visto en su vida.

15 noviembre 2008

Círculos

Todos los días que puedo voy a correr al polideportivo con mi primo. La cita de las ocho y cuarto de la noche se ha añadido a mi catálogo de costumbres inútiles y se ha consolidado afortunada... o irremediablemente. Andar a paso ligero hasta el polideportivo, dar unas cuantas vueltas corriendo sobre el círculo de albero, estirar y volver a casa; y hasta mañana si Dios quiere.

Hoy mi primo se ha vuelto a la tercera vuelta, pero yo he seguido. Y como no he traído radio y me he quedado sin primo he tenido que pensar, ¡tanto como lo ando evitando últimamente!.

Y he tenido que pensar en las veces que he recorrido la carretera Villamartín-Ubrique para ir al trabajo. Las veces que he dado los buenos días a mis vecinos semidormidos y a mis compañeros de oficina. Los besos que he dado en amantes parecidos. La veces que me he quedado en blanco ante la pantalla del ordenador o el papel buscando una palabra... para acabar encontrando siempre la misma. Los cafés que he tomado en la misma cafetería Las pipas que he pelado ante amigos de nombres diversos; en la puerta del colegio, en la plaza, en un bar, en mi casa. Parece que hayan sido siempre los mismos; y que sólo hayan cambiado la cantidad de pelo, el punto geográfico del mapa de mi pueblo y los nombres. Y he pensado en las veces que me he reprochado a mí mismo esas mis cosas que se pegan y se despegan como los post-it, pero que siempre están rodando por aquí cerca: mis pequeños complejos infantiles, la timidez que sembramos en la adolescencia, y las pocas ganas de siempre.
Y he seguido dando vueltas. Y me encuentro comiendo pipas con mis amantes. Y los amantes que he tenido se me aparecen todos el mismo. Y me encuentro dándole los buenos días a mis amigos de cuando era chico. Y dándole besos a mis compañeros de oficina. Y en la pantalla del ordenador aparecen todos los personajes de mis ensueños encerrados en ventanitas. Y me siento en la plaza de mi pueblo con las palabras que siempre busco... para acabar encontrando siempre la misma. Y tomo café con mis pequeños complejos infantiles, y pelo las pipas de siempre con la timidez que sembramos en la adolescencia. Y me quedo en blanco en la puerta del colegio. Y recorro una y otra vez la carretera desde la pantalla del ordenador hasta las pocas ganas de siempre.

Y sigo dando vueltas. Y pienso que algo me debe haber sentado mal y que me habré mareado un poco. Y que mis pensamientos no tienen sentido o que tienen demasiado. Y que no debería pensar o pensar sólo en las cosas que tengo que hacer mañana.

Y sigo dando vueltas.

05 noviembre 2008

Obama ¿más o menos de lo mismo?

Está todo el mundo revuelto con la elección de Obama. Cuando hablo de todo el mundo no utilizo una expresión, es literal; que está todo el mundo, vamos. Y yo creo que todos nos hemos levantado hoy con una sensación de alegría, o una sensación de que había que estar contentos, al comprobar que ha ganado el candidato negro, con cara de buena gente, el tal Obama. Pero estoy seguro que en esta euforia mundial no ha intervenido ni un punto del programa electoral de Obama. Porque ¿Qué levante la mano quien sepa algo que haya prometido? ¿Seguridad Social? ¿abolición de la pena de muerte? ¿los USA van a dejar de ser la maricotilla manipuladora de todas las republicas bananeras?... A mí me parece que no ha prometido nada, o por lo menos que no va a pasar nada extraordinario ni todo esto va a ser tan fantástico como para que esta mañana hayamos tenido que ir contentos al trabajo, o al paro. Lo que pasa es que estamos en el mundo con ganas de una buena noticia, y toda la parafernalia de las elecciones de los USA nos han despertado la ilusión de que, como decía Serrat, “hoy puede ser un gran día”. Que teníamos ganas de decir adiós a una época oscura y patética de salvapatrias que ponían los pies encima de la mesa y mandaban a sus hombres a la guerra a matar a otros desgraciados con el objetivo inmoral de hacerse más ricos. Y ahora nos damos cuenta de que todo eso se ha ido al garete porque han muerto millones de personas, hemos dividido el mundo en dos partes irreconciliables, nos hemos encaminado terriblemente hacia la autodestrucción medioambiental, no hemos hecho nada por la pobreza; y encima nos hemos hecho más pobres. Ese sistema económico por el que hemos matado, nos hemos asesinado, nos hemos autodestruido, resulta que escurre por el desagüe, con las hipotecas subprime y toda la comparsa que ha venido detrás. El “Yes, we can” y el “Change we need” lo hemos entendido todo el mundo perfectamente. Y cuando hablo de todo el mundo es que es todo el mundo. Y ese mundo mira ahora para el negrito con cara de hucha del Domund, a ver si esa cara de buena gente nos trae la ilusión que nos han quitado todos los que han venido antes. O nos decepciona como también lo hicieron otros. O nos decepcionamos nosotros solos, que para eso él no ha prometido nada. Hemos sido nosotros los que hemos puesto en este hombre el espejo de nuestros anhelos y de nuestros sueños. Él sólo ha dicho “yes, we can” o “change we need” y nosotros hemos puesto lo demás. Lo mismo nos hemos precipitado pensando que realmente podemos, aunque también estamos excusados nosotros, porque a estas alturas de la historia, sí que necesitamos un cambio.
Señor Obama, ya sé que usted es sólo un hombre (por cierto, siento lo de su abuela) y que a lo mejor no quiere esa responsabilidad ni entra dentro de sus planes; pero esa cosa que se llama tierra está pendiente de que traiga una esperanza y que el sueño que tuvo Luther King se cumpla, y que se cumplan las sueños de esta gente ilusa que a estas alturas del cuento aún queremos un mundo mejor
©Javier Vidal

26 octubre 2008

El trágico drama de la salamanquesa menguante

A finales de agosto la vi por primera vez. Era una salamanquesa chiquitita que apareció por mi cocina. Resulta que tengo un respiradero en la despensa que no tiene rejilla y por ahí se me cuelan una o dos salamanquesas cada verano. Este año aparecieron dos casi a la vez. Lo mismo eran madre e hija o tia y sobrina o qué se yo de la familias de las salamanquesas; nunca he estado en el bautizo ni en la boda de ninguna de ellas.
A la grande la asesiné en un estado de arrebato u obcecación. Una vez entre en la cocina y sentí un albororotillo, miré hacia arriba y allí estaba ese reptil rabilargo andando por la pared de mi cocina. Ya sé que se comen los mosquitos, que es como el consuelo que dan las abuelas para que no te dejes llevar por el asco, el miedo, incluso el pánico. Pero a nadie le hace gracia tener en su cocina un logo viviente de lacoste, viviendo allí tan pancho y sin pagar alquiler ni nada...Bueno, voy a ser sincero: no me preocupaba que no pagara alquiler ni entraba en contradicicción con mis principios de antipijo. Es que en mi casa no hay mosquitos y me dejé llevar por el asco, el miedo, incluso el pánico. El caso es que sin pensarlo (ya he dicho que estaba en un estado de arrebato u obcecación) cogí la escoba, interrumpí su deambular cocinero, la despegué de la pared como pude un armándome de valor y desarmándome de escrúpulos, la despojé de su rastrera vida a base de escobazos.. Fue un momento muy trágico que para mis pesadillas se queda. En aquel momento me sentí como más hombre, como más valiente, como el rey de la selva. Pero después un sentimiento de vergüenza y de compasión se apoderó de mí. Después vinieron las excusas: que para que se mete en mi cocina, quién le manda a ella, el mundo es muy grande para que tenga que colarse precisamente por el respiradero de mi despensa, no había otro sitio por ahí, es que no hay otras cosas que hacer en la vida que meter las narices en un agujero en medio de una pared, es que hay que ser lambuza.. pues toma, por entrometida.... Pero lo cierto es que en el fondo me sentía muy mal. Me había convertido en un asesino sin yo quererlo; yo, que hasta me he planteado ser misionero, adónde voy a ir ahora con semejante mancha en mi historial.
Total, que cuando entré otro día en la cocina, ya repuesto de de mi crimen y me encontré a la sobrina de la primera, no pude más que alzar los ojos al cielo y exclamar desesperado: "por qué a mí, Dios mío, por qué a mi cocina?". Y evidentemente fui incapaz de entrar en estado de arrebato u obcecación. Dominé mis primarios sentimientos de miedo, asco y pánico y pensé que las abuelas tienen razón; que es una alegría tener una lagartija en la casa porque se comen los mosquitos. Pero ahí viene la segunda parte de este drama: mi compañera de piso no come mosquitos. O no se los puede comer; como es tan chiquitita no puede subir por la pared, se ve que el pegamento de los pies de las lagartijas es como la regla, que viene con una edad. Y claro, mi compi no tiene edad para segregar pegamento. Y ni se sube por las paredes, ni hay mosquitos en mi casa, ni esta mujer come mosquitos ni come nada. Y ahí me la encuentro cada vez más chiquitita y más poquita cosa, que me da hasta sentimiento verla. Sin comer, con una vida que la recien estrena para meterse en un agujero, quizá imitando a la impresentable de su tía, y se le queda reducida su existencia a arrastrarse por una cocina, escondiéndose como puede cada vez que escucha mis pasos.
Como no tiene casi fuerzas, desde que entro en la cocina hasta que se esconde detrás del frigorífico, me da tiempo de cogerla, leerle el quijote y de matarla a pellizcos o a base de chistes malos. Pero ahí está el drama. No soy capaz de matarla. Sé que hay otras alternativas, como hacerle tres comidas al día a base de moscas y mosquitos que yo cogiera en mis ratos libres. También puedo intentar una amistad hombre-salamanquesa e iniciar una convivencia como el santo ese de los animales. O también puedo dejar la radio encendida para que se entretenga mientras yo no estoy y pegar en el frigorífico una foto de los dos en un fotomatón y enseñarle a cocinar para que cuando llegue del trabajo me encuentre la comida hecha y alguien con quien comentar el día.... Todo eso lo puedo hacer, pero que quereis que os diga; yo soy muy tradicional para estas cosas. No me resigno a no tener una pareja como dios manda, que tampoco pido tanto. Y claro, una salamanquesa menguante, como que no, que yo me merezco algo mejor.
El caso es que este es mi drama, o mejor dicho, el drama de mi compañera de piso. Al principio, procuraba no pensar en ella para que no notara mi incomodidad, en plan "bueno, donde cabe uno caben dos, siéntete como en tu casa". Pero ya ha llegado a un punto la convivencia que se ha hecho imposible. Es insoportable ese momento en que entro en la cocina y rezo para que haya encontrado de nuevo el hueco de vuelta, o haya menguado que desaparezca, o haya experimentado una especie de combustión espontánea sin sufrimiento. Yo ya no puedo vivir así. Tengo demasiados escrúpulos como para cogerla entre mis manos y buscarle un lugar mejor para vivir que no sea mi casa; y no tengo valor para matarla como hice con su tía, o con su madre o con su cuñada.
En fin, que si alguien que me lee está interesado en adoptar una lagartija, o quiere satisfacer sus instintos asesinos pero sin hacerla sufrir, que se ponga en contacto conmigo. Ni cobro nada ni quiero nada por todo esto; yo lo que quiero es vivir solo, no preocuparme por ninguna lagartija menguante, tener una cocina sin nadie y llegar a viejecito sin preocupaciones.
©Javier Vidal

10 octubre 2008

Algo pasa

Algo pasa…
El pueblo ha amanecido hoy más fresco. En la plaza se oye el ras ras de un trabajador de la limpieza que con una hoja de palmera barre los restos del día anterior. Un viejo insomne fuma tabaco negro en la puerta del ayuntamiento apurando una mañana más las horas de sus últimos días. El coche del panadero toma la subida de la Iglesia en su cotidiana peregrinación matutina de reparto de las bolsas de pan recién hecho, que va dejando entre los cierros de sus clientes. Una furgoneta se para en la puerta de la plaza de abastos. La campana de la iglesia da las siete y el pueblo empieza a espabilarse con las primeras luces de la mañana. Viniendo desde Jerez, a la altura de Bornos, mi pueblo parece alguien orgulloso, que levanta altiva su cabeza en forma de torre, ondeando su manto de casas, mientras que toda la Sierra se desparrama a su espalda. De la furgoneta aparcada en la plaza de abastos sale un comerciante que descarga su mercancía y se entretiene charlando con otros que van llegando. El trabajador de la limpieza sigue con su ras ras, saludando a todo el que se acerca por allí: el que pasa ligero hacia el coche para no llegar tarde al trabajo; el jubilado que camina tranquilo hacia el bar Parada, a tomarse su cafelito, su copita y su cigarro; el que va a dar unas cuantas vueltas a la plaza para hacer un poquito de ejercicio antes de meterse en su oficina; el que va a abrir la casa Consistorial y enciende las luces de la planta baja; el municipal que da su vueltecita de rigor y confirma que todo va normal. Justo antes de las ocho una legión de trabajadores se mete en el Ayuntamiento como si vinieran de recogida de una noche de acción; y la plaza se va volviendo más poblada conforme las horas de la mañana van pasando. La vendedora de cupones instala su negocio en la esquina de las Angustias, en la puerta de lo que ha sido siempre una confitería, templo de engorde y disfrute; y que después (fíjate tú lo que son las cosas) se ha convertido en un centro de adelgazamiento. En la misma esquina donde todo el que pasa saluda, disimulando, a la Virgen de las Montañas. Alguien cuelga en el balcón del casino una bandera negra en honor del último vecino que nos deja. Un hombre con el que no teníamos mucha relación, pero al que nos habíamos acostumbrado a ver casi todos los días, andando por el pueblo y por la plaza; y que ya formaba parte de nuestros recuerdos, de nuestra vida y de nuestro paisaje diario, tanto como la plaza, la fuente y la torre. Uno más que formaba parte de esta gran familia de gente del pueblo, tanto que su enfermedad ha protagonizado los corrillos a media voz todos estos días, como ahora lo protagoniza la noticia de su muerte y a lo largo de la jornada lo protagonizará la hora de su entierro. La gran familia de gente del pueblo que mañana pasará a dar la cabezada a la hora confirmada y que después seguirá su vida normal, bajando por la subida de la Iglesia, dando apariencia de normalidad a la terrible sangría de adioses que es la vida. Después de la hora de comer la plaza se va llenando de padres y madres que vienen a pasear a sus niños, algunos recién nacidos, otros ya creciditos. Ahora que el tiempo refresca ya se puede pasar la hora de la siesta en la calle. Y mientras los más chicos duermen o lloran, los más mayorcitos desfogan dando carreritas con sus amigos nuevos. Y la tarde va pasando. Y a la plaza van llegando nuevos inquilinos. Los niños que han entrado este año en el Instituto y ahora se sienten mayorcitos y andan tonteando con las niñas y hablando de sus profesores nuevos. Dos hombres van dando vueltas de una palmera a la de enfrente y de la de enfrente a la primera, comentando las cosas que pasan en el pueblo y hablando un poco de todo y de todos, de que si fulanito se ha comprado una finca, de que si tal la quiere vender, de que hay que ver la crisis, de que los niños ya no respetan a nadie y de que dónde están los municipales para decirles que aquí no se deben traer la bicicleta. Dos hombres con su pantalón de tergal y su rebequita fina, dando vueltas por la plaza, reliquias vivas de un tiempo en que la única gimnasia que se hacía era dar vueltas entre palmera y palmera. Las campanas de las Angustias llaman a sus fieles a la misa y la plaza está más viva que nunca entre los niños dando voces, los padres comiendo pipas en los bancos, los jovencitos en la edad del pavo, los hombres que se sientan en la puerta del casino y los fieles que entran y salen de misa. Y uno se pregunta cuánta gente habrá pasado por esta plaza en los más de quinientos años que mi pueblo se llama como se llama. Cuántas mujeres habrán acudido a la plaza de abastos, como las de esta mañana; cuántos hombres se habrán sentado a la puerta del casino a ver la vida pasar, como los que se sientan esta tarde; cuántas declaraciones de amor de labios de jóvenes vestidos a la moda de cada época. Cuántos sueños, ilusiones, esperanzas y desesperanzas no se habrán paseado por esta plaza en todos los días que llevamos. Cuánta gente no se habrá retirado a su casa dejando en la plaza algo de si mismos antes de que la noche se echara encima, como eso que ha quedado de nosotros en la plaza hoy, antes de que esta noche encendiera la luz artificial de las farolas. Ya tarde sólo quedan dos mujeres sentadas en un banco, aprovechando que aún la noche no es demasiado fría, y ya sienten nostalgia de las largas noches de verano. Un borracho pasa sin rumbo, buscando calor. Y algunos muchachos que todavía no han empezado la universidad apuran el día de verano, aunque ya no sea de día ni sea verano. Desde la carretera de circunvalación, entre la entrada de la salida de Arcos y la de Prado del Rey, mi pueblo parece un animal tendido; peinado su lomo con los surcos que bajan paralelos desde la calle El Santo, como se peinan los viejos mientras que pueden. Con la luz anaranjada da la sensación de que hay que hablar bajito para no despertarlo y esa explanada que se extiende a su alrededor parece guardarle respeto en su madurez. En la plaza la quietud de la noche irremediable sólo se interrumpe por el eco de unos perros que ladran a lo lejos y la campana de la Parroquia, que marca las medias una vez y las enteras dos veces. En medio de la noche una moto rompe el silencio, pasa por la plaza y enfila la calle Botica en dirección prohibida, sin importarle el ruido ni las normas establecidos. Mientras el pueblo intenta dormir y soñar, dice adiós al día que pasó y se prepara para uno nuevo en el que todo habrá cambiado un poco. Día a día, poco a poco. Esto marcha así. Un día te despiertas y ves que todo ha cambiado a tu alrededor, y ni tú mismo eres el mismo de ayer, de hace unos años. Y uno se pregunta cómo no nos dimos cuenta. Ya se acerca el nuevo día. En el balcón del casino aún cuelga la bandera negra, cronista mudo de los que se van para no volver. El trabajador de la limpieza llega con su ras ras, arrastrando con su hoja de palmera las cáscaras de pipas y envoltorios de caramelos que dejaron los niños y mujeres que estuvieron ayer sentados en los bancos mientras la tarde se apagaba. El pueblo se va espabilando, pero ya no es el de hace años, ni el de hace meses, ni siquiera es el mismo pueblo de anoche. El ras ras sigue llevándose lo que queda de ayer. Algo pasa…
©Javier Vidal

Tu firma puede más que tu pensamiento