15 junio 2020

Vengo de cien heridas abiertas


Vengo de cien heridas abiertas, de las noches que gasté sin encontrarme, de los días que perdí buscándote, de esperar algo que no pasa, de ver lo que no sucede y de lo que se nos echa encima sin avisar.
Vengo de hacer el ridículo tantas veces, de mil batallas perdidas, del frío que llevo encima, de las pocas ganas de casi todo y el ansia de siempre de amar; derramar un sentimiento arrojado a ninguna parte, que rueda quién sabe por dónde y vuelve a ningún lugar.
Vengo de un abrazo pendiente, de un beso soñado, de un espejo muy chico; de un océano gigante de gaviotas heridas y velas encendidas por lo que no será.
No soy un buen partido ni un buen amigo ni un mal amante. Lo que soy es de dónde vengo. Lo que tengo es adónde voy. No es gran cosa. Nunca he pedido demasiado y siempre me he aviado con poco.
Pero así ando por todo esto, como si fuera alguien que mereciera la pena, cogiéndome cariño en el fondo; como a un inevitable compañero de viaje. Improvisando cada camino por donde pasa mi alma. Así funciona la cosa: quien no se tiene a sí mismo no tiene nada.
©Javier Vidal

23 mayo 2020

Sin vergüenza


En la cola del médico del centro de salud nadie se fija en la gente que espera pacientemente, hablando si acaso en voz baja, que le toque su turno. Todos se fijan en el exaltado que, probablemente ebrio, entra dando voces despotricando contra los médicos, los enfermeros y la vida en general hasta que el de seguridad se lo lleva, o se cansa de su propio soliloquio y se va por su propio pie. Afortunadamente el civismo, la educación y la buena vecindad no son noticia.
Me gusta pensar que somos mayoría los que cumplimos las normas que nos hemos dado entre todos y en esta crisis recogemos información de aquí y de allá y llegamos a nuestras propias conclusiones sin que nadie nos las dicte. Y seguimos cumpliendo las normas, desde la constitución hasta el último bando de alcaldía, como garantía de supervivencia de un estado democrático de derecho que también es social. Y ahora esperamos a las ocho de la tarde para salir a correr o andar o tomar una cerveza en un bar, sin molestar, sin imponer nuestro criterio. Que somos mayoría silenciosa los que probablemente no enarbolamos ninguna bandera pero respetamos mucho más lo que esa bandera representa y a quienes representa, que somos todos los españoles, incluso los que hablan a voces. Creo haber oído que en Estados Unidos han salido gente a la calle con armas reclamando libertad. Aquí han salido los mismos pero con banderas y palos de golf. Es preferible lo de las banderas, pero el sentimiento que provocan es el mismo: primero resulta ridículo, después resulta cómico, después da rabia. Finalmente da pena; pena por este país a quienes ellos demuestran no querer. Y pena por esa bandera tan mal traída y tan mal llevada que algunos enarbolan sin pudor, sin respeto y sin vergüenza. Sinvergüenzas.

©Javier Vidal

16 mayo 2020

Sobre mítines y sobre gente necesaria


Dudo sobre si sería en la campaña electoral de las elecciones generales de 1989 o en las de 1993 cuando me cogió en Cádiz estudiando la carrera, o ya acabada, en el segundo caso. El caso es que decidí ir a los mítines de todos los partidos. Me gusta el arte de la oratoria; y aquella era una “ocasión singular”, como la canción de Mecano. Fui al de Aznar en los bajos de la residencia del tiempo libre, y la sensación que me daba era que aquel hombrecillo era un empollón sin gracia al que las nuevas generaciones aupaban con más ironía que admiración.  De hecho, cuando a los jovenzuelos aquellos se le deshacía la boca realmente era con una rubia del Puerto a la que llamaban Teo, como si fuera realmente la protagonista y el otro fuera un cantamañanas que por circunstancias del destino ahora le tocaba estar arriba y ser aupado, aún sin muchas ganas.

También fui al de Adolfo Suárez, ya por entonces en el CDS. Fue en una sala cerrada, muy poca gente; y la verdad es que el hombre estuvo educado, serio y todo su discurso era en el tono de “ya sé que no me vais a votar pero sería estupendo que me votarais”. Me cayó bien aquel hombre, la verdad; aunque también haciendo honor a la verdad, daba un poco más de lástima que otra cosa.

El mitin de Felipe González fue en la plaza de la catedral. Llovía copiosamente pero allí que salió el alcalde Carlos Díaz debajo del chaparrón dando saltos y clamando por la libertad de expresión y por las libertades en general, en aquella ciudad que había sido cuna de eso mismo. Cuando empezó a hablar ya fue escampando y en las pantallas iban enfocando al presidente, que iba llegando a la plaza. Entonces ya la gente no atendía a quién hablaba ni nada. Todo era ver cómo en las pantallas gigantes la gente por la que iba pasando González le daba la mano, se abrazaba, le pellizcaba los mofletes… En aquel discurso triunfal Felipe dominaba como nadie la oratoria, midiendo concienzudamente los tiempos, los silencios, las subidas y bajadas de tono, las palabras, la emoción. Evidentemente ayudaba aquel público entregado y el juego de artificios que servía de soporte al mitin. Allí sacó pecho de las pensiones, de la sanidad pública, de la España que había entrado en Europa  y que había celebrado con arte y salero los juegos olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla. Debo confesar que en algunos momentos me emocioné, la verdad. Había unos hechos irrefutables de fondo; y González dominaba perfectamente el discurso. He de confesar con tristeza que en las ocasiones en que lo he vuelto a escuchar, ya sin ser presidente, me ha decepcionado un poco. Ya ha salido a soltar un discurso errático, como sin preparar, como si ya estuviera de vuelta de todo. Si antes medía perfectamente las subidas y bajadas de tono, ahora no hay aparición pública de este hombre sin su salida de tono, ya marca de la casa. Pero aún así él sabe,  y yo admito, que cada vez que habla, todos escuchamos atentamente porque seguro que dice algo original, lúcido y necesario.

Y he dejado para el final, a modo de homenaje, el mitin de Julio Anguita. Fue en el parque Genovés.  Antes del mitin, mientras que se iba llenando y terminaban de montar aquello, estuvo sonando el primer disco de Tracy Chapman,  que por cierto me lo sabía entero porque lo tenía en casa y lo tenía todo el día puesto. Creo que es importante que en el previo de los mítines haya un gesto de complicidad con el auditorio con detalles como éstos, antes que poner la machacona sintonía oficial de cada partido. Y la canción “Talking about revolution” erizaba el pelo sin necesidad de que subiera nadie allí. El discurso de Anguita fue el que más honesto me pareció de todos. Fue muy didáctico; recuerdo que explicó, como si fuera una clase del instituto, lo que era la inflación, el PIB, las curvas de oferta y demanda, la tasa de desempleo…, todo para llegar a las conclusiones indubitables a las que él llegaba siempre. Este hombre tiene también la virtud de que cuando habla todos escuchamos, porque su mente es lúcida (o era, desgraciadamente), su discurso, claro; y sus afirmaciones, tan tajantes que el que necesite una seguridad en este maremágnum de información y de opinión, ahí tiene una salida sencilla agarrándose a ese su discurso tan bien planteado. Precisamente por eso, cuando lo he escuchado, siempre lo he hecho deseando que me convenza; y dejarlo todo para seguirlo y amarlo, ya que él siempre lo ha tenido todo tan claro. Lo reconozco, soy débil y necesito también un mesías que me de las cosas masticaditas. Desgraciadamente todo es más complicado;  a pesar de que era un placer escucharlo, caía bien, decía cosas originales, atrevidas y rompedoras, el discurso general flaqueaba en algunos sitios, y hacía aguas en otros. En cualquier caso siento mucho que desaparezcan este tipo de personas honestas, lúcidas, críticas, originales y buenas. Que Dios me perdone pero para mí una persona que es de izquierdas ya tiene para mí un plus de bondad natural, de bonhomía y de buena gente. Siento mucho que ya no pueda escucharlo más desde su salita, con ese aire de maestro retirado y afable que nos ayudaba a poner un poco de luz, de orden, de sensatez y de honradez en el caos en el que está inmerso el debate público.  Supongo que con el tiempo seguiremos perdiendo gente interesante, inteligente y tan necesaria; y en su momento lamentaremos dichas pérdidas. Pero hoy mi cariño, mi rabia y mi pena van para Julio Anguita, a quien, desgraciadamente para todos aquellos que queremos pensar libremente y que nos buscamos entre la multitud, a partir de hoy ya no encontraremos.  

©Javier Vidal

03 mayo 2020

La orquesta del Titanic


La gente está viendo series como descosidos. Está leyendo libros que tenía pendientes. Está hablando con amigos que tenía olvidados. Está teletrabajando como si se hubiera estado preparando toda la vida para el teletrabajo. Está haciendo yoga, meditación, gimnasia, bizcochos, recetas de cocina, cosiendo mascarillas, publicando tiktoks, tuits, canciones corales, videos tutoriales…  Está descubriéndose a sí misma y  nos dicen que toda esta mierda es una lección estupenda que nos da la vida y vamos a salir reforzados y mejores.  Hay como una presión para que esta crisis tenga que ser un momento de epifanía, revelador para que descubramos nuestro ser más rico y profundo. Que la naturaleza necesitaba un respiro y esto es una maravilla. Parece como que el fin del mundo lo habían anunciado en algún sitio que yo no he visto y todo el mundo estaba como superpreparado. 

Yo, hasta la cuarta semana no me he podido poner a ver series y leer. Las primeras semanas estaba en shock y no me podía concentrar ni recrear en nada. He empezado libros que he dejado, he visto series y películas pero como si no las hubiera visto. Mi cabeza y mi corazón estaban ocupados por la angustia, el miedo, la incertidumbre y la ansiedad por lo que se nos había echado encima. Confieso que hasta varias semanas después no he tenido una mínima capacidad de abstracción como para distraerme en nimiedades mientras todo el mundo conocido se derrumba a mi alrededor, la economía se hunde, la gente se muere a mansalva, los populismos y los fascismos se esparcen sin control entre gente que considerabas normal; y la estupidez humana, que considerabas la excepción, se convierte en la regla. Ahora que parece que se ve un poco de luz al final de túnel he sido por fin capaz de hilar dos frases escritas, sin saber en realidad si la luz es un prado verde y soleado o es la luz de otro tren que viene de frente. En cualquier caso un aplauso muy grande y mi admiración para toda esa gente que hace bizcochos, o gimnasia rítmica o bailes de salón;  e intenta distraernos en medio del horror. No sé si llamarlo resiliencia, exceso de optimismo o ingenuidad, pero ole por esos músicos del titanic tan necesarios como prescindibles, tan previsibles como sorprendentes.
©Javier Vidal