30 junio 2009

Descubre tu lado friki. El grito Wilhelm


Hoy, aparte de caer en la cuenta de que se me ha pasado el plazo para la declaración de la Renta y que mañana tendré que ir desesperado a hacienda a pagar y a poner cara de pena para que no me pongan demora, he descubierto una curiosidad por ahí. Seguramente los frikis del cine conocerán esta historia pero yo, como acabo de desvelar, me he enterado esta tarde.

Resulta que en 1951 el técnico de sonido de "Tambores lejanos" utilizó el sonido de un hombre gritando y lo archivó como "hombre siendo mordido por un cocodrilo". Como esos sonidos se guardan en los estudios para utilizarlos otra vez, en 1954, en la película "La carga de los jinetes indios" el técnico de sonido echó mano de ese archivo cuando al soldado Wilhelm le dan un flechazo en una pierna. Entendió que un hombre al que le disparan una flecha en la pierna debía reaccionar igual que "un hombre siendo mordido por un cocodrilo".

En 1979 los técnicos de sonido Ben Burtt y Richard Anderson descubrieron aquel archivo y les haría gracia, tanta que lo empezaron a utilizar medio en broma medio en serio en todas las películas. De ahí que si estamos atentos, lo podemos escuchar en muuuchas películas. Ya los frikis le llaman "the wilhelm scream", por el soldado asaeteado y, por lo visto, hay gente que cuando escucha el curioso grito grita "wilhelm". Como dijo Joselito el Gallo cuando le presentaron a Ortega y Gasset como filósofo: "hay gente pa tó"

Echadle un vistazo al video, está curioso y descubre tu lado friki

La vida no te da sorpresas

La vida no te da sorpresas. Nadie te da nada que no merecías. No existen las buenas noticias que sean buenas y que sean nuevas. El amor imposible no se hace posible. El chico guapo o la chica guapa de la playa no te devuelve la mirada y se levanta de un salto y se viene hacia ti y te dice que le gustas. Tu familia no va a cambiar de pronto. El tiempo no cambiará a mejor, se cumplirán todos los pronósticos. Tu madre no dejará la bebida. La vecina, la que juega a las canicas o mueve los muebles por las noches, o habla sin motivo a voces, no va a aparecer una mañana carbonizada. No te va a tocar la lotería. El día no amanece distinto. Mañana no será otro día. Los médicos no traerán a última hora una cura para el enfermo terminal. La metástasis seguirá sin parar campando por tus vísceras. No habrá vacuna contra el sida. Nunca coincidirán juntos una declaración de amor, un atardecer dorado y una música de película. Al final resulta que gana el malo y se casa con la protagonista; y el bueno se queda soltero y, silbando por la calle, simulando indiferencia, se le cae una maceta encima. El día de mañana no serás otro, seguirás siendo el mismo. Debajo de la tapa del yogurt nunca encontrarás un sueldo para toda la vida. Ese mundo que soñabas seguirá siendo inaccesible. Tus sueños seguirán sin cumplirse y la cruda realidad se irá pareciendo a tus pesadillas. El reloj sí marcará las horas. El tiempo se te echará encima sin consuelo, sin remedio y sin camino de vuelta. Pasarán otros cuarenta años y seguirás sin darte cuenta que te guste o no te guste, lo aceptes o no lo aceptes, lo creas o no lo creas, por mucho que te cuenten, la vida no te da sorpresas. ©Javier Vidal

15 junio 2009

Estamos aquí para aguantar a los demás (parte I)

Algún día haré una reflexión más extensa sobre el tema del título pero no quiero herir sensibilidades. Así que me voy a limitar a hablar sobre el porculo que da la gente. A lo mejor me estoy haciendo viejo, aunque eso me pasa desde chico, como a todo el mundo. O puede que simplemente me sobre sensibilidad, o que a alguna gente le falte educación. O que el hecho de vivir en sociedad conlleve una serie de inconvenientes que llega un punto en que te superan y prefieres vivir en una isla desierta o meterte a monje camaldulense o entrar en coma profundo antes de seguir aguantando a tanto imbécil. A modo de ejemplo:
Querías ser bohemio y dejarte llevar por tus pensamientos mientras languidecía la tarde,saboreando un cafe en una terraza de tu pueblo. Pero el niño de la mesa de al lado no para de llorar o de jugar con una pistola o de corretear a tu lado. Para colmo la madre intenta que se calle a base de gritar ella más. La amiga de la madre intenta conciliar un poco, pero añade mas ruido a la ya jodida escena vespertina. Llega un punto en que para evitar dejarse llevar por un arrebato de locura y estrangular a la madre, al niño y a la amiga de la madre y a su pm, te bebes el café de un sorbo y sales de allí como puedes, y tus aspiraciones bohemias se van a tomar viento. Querías pasar una tarde en la playa leyendo un buen libro y dejar que tu imaginación y todos tus sentidos se mecieran con la brisa del mar. Pero tu cuñado coincide contigo y no para de interrumpirte y llamar tu atención para que lo escuches, mientras fuma ducados y llena toda la estancia playera de colillas aplastadas. Querías pasar un viernes por la noche tranquilito viendo una buena película disfrutar de no hacer nada. En la puerta coinciden dos vecinas sin problemas de afonía ni nada, en un debate sobre el tiempo con aportaciones bastante interesantes para alguien a quien le interese el tiempo. Pero a ti, que estás más interesado en ver la película, se te crea una corriente de ruidos entre el sonido de la tele y el cacareo vecinal; y una mezcla de sentimientos, entre el amor no correspondido de la película y las ganas de tirarle una maceta a tus vecinas. Al final, ni películas ni pollas. Te acuestas con un acelerón del quince e intentas dormir al compas de la música de un coche que acaba de parar en la puerta y que dispone de un sistema de sonido superpotente y que a su dueño encima le gusta el flamenquito. Algún día haré una reflexión más extensa y profunda, pero por hoy dejo esta lista de porculeros, que desgraciadamente continúa abierta.
©Javier Vidal

12 junio 2009

El ladrón de bicicletas

Tenía 37 años y se llamaba Miguel. Vivía en El Burgo, un pueblecito de Málaga. Trabajaba de perforador de conductos para instalaciones eléctricas. Pero como tanta gente, había perdido su trabajo hacía unos meses. Como tanta gente estaba “sinviviendo” con la hipoteca a cuestas y las deudas royéndole las entrañas. Viajó a Madrid en busca de trabajo pero no encontró nada.

Aquella mañana había intentado vender su coche de tres años y cambiarlo por uno de diez y algo de dinero a cambio. Estaba casado y tenía dos hijos, de ocho y tres años respectivamente. La misma mañana que había recorrido los 67 kilómetros que separan El Burgo de Málaga para ver a su madre viuda, enferma de corazón. Pero por la noche decidió que ya no podía más, que ya no podía volver a casa sin dinero. A las once de la noche vio un salón de juegos recreativos abierto y entró… para robar.

Pero todo salió mal. Tres hombres en principio y dos más después, salieron detrás de él gritando: “Al ladrón!!”. Ochocientos metros después, cuando Miguel no pudo seguir corriendo, se paró. Los cinco hombres se ensañaron con él. Usaron los adoquines de una obra cercana para tirárselos. Uno de los adoquines le dio en la cabeza y lo mató. Una vez en el suelo lo remataron a insultos y golpes en la cabeza y en la espalda.

Para entonces Miguel estaba ya muy lejos del hombre que fue. Para entonces ya había quedado muy lejos el padre de familia que paseaba a sus hijos en bicicleta o que visitaba a su madre enferma o que disfrutaba en la feria de San Agustín, de El Burgo. Para entonces ya no servía calmar los ánimos de sus agresores ni pedir disculpas ni entrar en razón, porque Miguel, el parado, el hipotecado, el deudor. Miguel, el ladrón, ya estaba muerto…

Toda esta historia apenas llamó la atención en los periódicos (los datos están cogidos de El País de 31 de mayo). Ni siquiera serviría para argumento de una película de ahora. Pero sí lo fue en 1945, cuando Vittorio de Sica empezó a rodar “El ladrón de bicicletas”. Esta obra maestra del neorrealismo italiano muestra la historia de Antonio Ricci, un padre de familia parado, de la Italia previa al final de la segunda guerra mundial, que busca un empleo desesperadamente. Su búsqueda da resultado pero para este trabajo es fundamental tener bicicleta, que no tenía. Como de la bicicleta que no tenía dependía su empleo, acompañado de su hijo Bruno, decide iniciar una aventura o desventura para conseguir robar la imprescindible y puñetera bicicleta. La historia que sigue no la cuento, pero el planteamiento guarda tanto paralelismo con la historia de Miguel que no he podido evitar mezclar la realidad con la ficción. Miguel y Antonio como víctimas de un sistema que aplasta a los más débiles; sistema gobernado por la pobreza, el paro, la violencia, el egoísmo y la particular escala de valores que nos hemos inventado para vivir en nuestro viejo planeta.

Pero la historia de Antonio es una película y la de Miguel sólo es una noticia más entre las miles de noticias de guerras y hambres lejanas que nos tragamos a la hora del telediario de las tres, entre cucharada y cucharada de salmorejo. A lo mejor ni siquiera es verdad; o a lo mejor es tan fiel a la realidad que es tan mentira como la propia realidad. El neorrealismo de la Italia de la Segunda Guerra Mundial se nos indigestaba. Pero ahora estamos tan informados de todo que las noticias nos sientan estupendamente y ni siquiera se nos repiten a la hora de la siesta.

©Javier Vidal