Es un poco difícil de entender pero conozco gente que convive con un
elefante. Ese tema tabú que todos conocen de más pero del que nadie habla y que
puede estar ahí toda la vida a lo largo de generaciones, siempre evitado y
silenciado. Esa tensión evidente que se instala en una mesa con mantel y que
nadie quiere señalar para no seguir hurgando en una herida que probablemente
nunca se cerrará. Ese problema que tortura a todos en el salón familiar pero
del que nadie habla porque cualquier referencia resulta incómoda y
probablemente ya no tenga solución. Esa ausencia que invade una casa entera,
con las lágrimas aún húmedas de una pérdida reciente, pero que nadie quiere
citar porque ya está todo deshecho, hace ya tiempo que se perdió la esperanza;
y con el silencio todos evitan inútilmente aferrarse a una antigua rutina para
no hundirse en el fango de la desesperación.
Todos los que conviven o hemos convivido con un elefante se quedan quietos
a veces, con la mirada perdida a miles de kilómetros, como si acabaran de
llegar de una batalla brutal y el alma se le hubiera quedado muy lejos. En
medio de una conversación trivial no pueden evitar que de vez en cuando se les
venga a la cara ese gesto sombrío y derrotado y esa mirada que en realidad no
está mirando nada; solo está huyendo muy lejos adónde no tengan que ver
constantemente el elefante que evitan pero que tienen justo delante.
©Javier Vidal