Tengo muy presente mi pasado. Los buenos momentos, los momentos
malos. La buena gente, la gente oscura; los que se fueron, los que me
arrebataron; de los que me alejé, los que se alejaron. En algún momento de nuestra
corta experiencia vital estuvieron tan cerca, compartimos tanto, que ahora es
imposible vivir sin encontrármelos de vez en cuando en medio de una canción, en
medio de un paisaje, en medio de esos sucesos simples que de pronto un día te
sorprenden, aunque formen parte de lo cotidiano. Y descubrir que el ahora es solo
una parada en el camino y que a poco que vuelvas la vista atrás se ve tan cerca
todo por lo que has pasado: los buenos ratos, los ratos malos. Y como si no se hubieran
ido nunca, ahí está toda la gente que te hizo reír, soñar, sufrir, amar, sentir,
vivir. Y burlar la línea del tiempo y revivir todo y a todos una y otra vez,
como si viéramos un planeta desde muy lejos; y lo que entonces desde cerca nos
parecía muy grande ahora nos parece tan pequeño. Un punto apenas en medio del
universo en el que conviven por siempre todos esos momentos, todos esos rostros
amables, adorables, todas esas emociones y personas que pasaron, que nos
pasaron y que significaron tanto. El tiempo es una simple convención. Las cosas
que vivimos, las personas que nos conmueven se quedan para siempre. Y para siempre a
nuestro lado.