Pues resulta que llego a la comisaría de policía
de Torrejón con la ropa arrugada, todo manchado de sangre seca, que no me ha
dado tiempo a cambiarme. Llego como intentando ver quién es la persona más
dispuesta para escucharme, pero el personal no parecía que tuviera mucho
interés en que allí entrara un señor manchado de sangre. Me acerco a una mesa
donde hay un policía mirando el ordenador.
-Perdone… Venía a denunciar un asesinato… ¿Con
quién podría hablar?
-Espere, porque hoy está la cosa complicada… - Se
dirige a otro policía que iba saliendo mirando el móvil - A ver… Tomás, ¿tu
puedes atender a este hombre? Viene a denunciar un asesinato.
-Yo es que ahora no puedo. Dile que pase a la
oficina, a ver si lo puede atender Miguel.
-Vale. Pues pase usted a esa habitación. Ahora
llegará un compañero para tomarle declaración.
Y me dirijo muy digno a la oficina de
enfrente donde había una ventana en la pared del fondo, una mesa impoluta con
un teléfono, la pantalla de un ordenador apagado y un lapicero con tres
bolígrafos viejos. Supuse que allí no entraba nadie desde hacía siglos, aparte
de la limpiadora, que por lo que se veía tampoco es que se esmerara mucho. Me
entretengo en mirar el calendario de pared, que todavía estaba en febrero,
cuando ya estábamos en junio. Una foto de cuatro policías, supongo que de una
vez que fueron a un karaoke, porque están como muy felices y con un micrófono
en la mano. También una tabla de corcho con cuatro papelillos pinchados con
chinchetas de colores, las que venían cuando compraron el corcho. A los diez
minutos entra un policía, supuestamente el tal Miguel, sin mucho entusiasmo por
atender a un desconocido
-Buenas tardes, ¿qué se cuenta?
-Buenas tardes. Pues venía a denunciar un
asesinato
-Vale. ¿ha sido usted testigo?
-No, no… yo soy el asesino
-Ah, vale. Asesino de una persona o de varias
-Ehm… Yo diría que de varias… Tres
concretamente.
-¿Asesino en serie u ocasional?
-Ehmm… No le entiendo
-Que si los ha matado así en plan arrebato o es usted
de esos que van matando de uno en uno, siguiendo un ritual rarito y dejando
pistas para que le encontremos. Ya sabe, lo que se ve en las películas
-Ah, no, no. Yo no soy de ese tipo de personas
-Uy, menos mal. Porque llevamos una racha. Ahora
hay gente muy rara, que ha visto muchas películas y lo que quiere es llamar la
atención, las criaturas.
-Qué va, qué va. Ya le digo que yo soy una
persona seria, normalita, sin problemas de autoestima ni traumas infantiles.
-¿Pero le violaron a usted de pequeño o se
metían con usted en el colegio o su padre le maltrataba cuando llegaba a casa
borracho, o algo por el estilo?.
-No, no. Precisamente le comento que soy una
persona muy normalita, y he tenido una infancia muy feliz, que yo recuerde.
-Vale, pues entonces me relajo, porque ya le
digo que llevamos una racha… Ahora solo hay asesinos en serie. Y casi todos con
el ritual de la baraja o del calendario, que están mas vistos… Bueno, pues
cuénteme qué ha pasado, a quiénes ha matado.
Pensaba que el policía iba a llamar a varios
más, me iba a detener o iniciar el protocolo de asesinato o algo parecido que
tuvieran. Pero para nada. Allí estaba yo tan tranquilo dispuesto a confesar mi
execrable crimen.
-Pues verá. Estaba dando un paseo tan tranquilo
sin rumbo fijo, y vi la terraza de un bar que estaba a la sombrita y me dije para
mi mismo: me voy a tomar una cocacola. Llega el camarero, me dice que qué
quiero y le pido una lata de cocacola, pero que esté muy fría. Eso se lo dije
muy clarito. Fue esta mañana y claro, hacía calor
-Ah, que fue esta mañana…
-Sí, sí. Pues eso, que al rato viene el camarero
y me trae un botellín que ni mucho menos estaba frío, como yo lo había pedido.
Encima, la copa que me trae estaba claramente sucia. Y los hielos flotando en
agua derretida
-Bueno, vaya al grano por favor – exclama el
policía un poco impacientado.
-No, si estoy en el grano. Ya le he dicho que
soy una persona muy normalita.
-Sí, claro.
-Pues eso, que soy pacífico, sin ningún trauma
infantil no resuelto ni historias raras. Pero lo de la cocacola del tiempo y
los hielos derretidos… Comprenda usted cómo me puse. Total, que me enfurruñé
con el camarero, y le rompí el botellín en la cabeza. Aprovechando que el
botellín se había roto se lo clavé debajo de las costillas, por lo que no le
dio tiempo a reaccionar del botellazo cuando ya se halló sangrando
abundantemente por la barriga e, instantes después, totalmente muerto.
-Vaya, pues sí que tiene usted carácter…
-La gente de las mesas de alrededor se puso a
gritar al ver al camarero recientemente fallecido, salieron el dueño y otro
camarero más para reducirme… Y al final la cosa se lió, se lió… Total, que los
tres acabaron muertos por pérdida abundante de sangre y lesiones varias en
cara, brazos y barrigas. La gente seguía gritando como si aquello fuera el fin
del mundo, mirándome mal, como con odio. Después, ya que iba en el coche, pensando,
pensando, lo mismo era más miedo que odio. Usted sabe que la gente nos
asustamos corriendo cuando algo se sale de lo normal.
-Claro, lo entiendo. Yo estoy con usted en que
seguramente era más miedo que otra cosa.
-Y nada. En el pronto lo que se me ocurrió fue
salir de allí pitando. Me fui sorteando a las personas que me miraban con miedo
(resulta que era miedo) y me metí en el coche, que lo tenía cerquita. Al
momento estaba por la carretera de circunvalación pensando que quién me mandaría
a mí complicarme la vida. Que podía estar todavía sentado en la terraza con la
cocacola tan tranquilo, aunque la cocacola fuera del tiempo.
-Sí que se la complica usted
-Eso me viene de familia; un hermano de mi madre
era igualito. Pero se murió joven y no le dio más tiempo a seguir metiendo la
pata como siempre.
-Ah, ¿qué me va a contar de la familia?...
-Entonces cogí la carretera adelante, adelante, pensando,
y me he dicho: mira, ya está bien de estar con este sinvivir. Ya eso me pasó
otra vez y es que no merece la pena.
-¿Cómo que le pasó otra vez? ¿otra vez mató usted
a tres camareros?
-No, a tres camareros no. Maté a un viejo
-Un anciano
-Eso, un anciano. Iba por la calle con mi coche
y al llegar a un paso de cebra el viejo…
-El anciano – me corrigió el policía
-Eso, el anciano se metió de pronto en el paso
de cebra para que yo parara por cojones…
-Por narices
-Eso, por narices. Y a mí me dio tanto coraje la
prepotencia de ese…anciano que aceleré y me lo llevé por delante, dejándolo
allí muerto del todo.
-¿Por qué sabe que estaba muerto?
-Porque al día siguiente salió en el periódico y
en la tele. Recuerdo que todo el mundo en el bar donde desayunaba estaba diciendo
que quién sería el canalla que había hecho eso con un pobre anciano… Un anciano
que se había tirado en plancha a un paso de cebra.
-Ciertamente. Ya sabe usted que los ancianos están
sobrevalorados.
-Dan pena y todo eso, pero hay cada uno…
-A mí qué me va a contar- repuso el policía.
-Ahora están de moda los ancianos violadores, carteristas, narcotraficantes…
-Ya, ya. Está la cosa muy mala y los pobres
hacen lo que pueden- le contesté yo, intentando hacer de abogado del diablo.
-Vamos, que no te puedes fiar de nadie, ni de
los jóvenes ni de los ancianos… Bueno, qué coño ancianos, vamos a hablar claro:
viejos, joder.
El policía se desató un poco, no sabía yo si es
que habíamos llegado a un grado más de complicidad y hablaba con más confianza
o es que se estaba hartando de escucharme y quería irse. El caso es que siguió
preguntando -Pero bueno, por ese asesinato ya lo juzgarían a usted e iría a la
cárcel o algo, ¿no?
-Qué va, no fui a la cárcel porque nadie me vio
y yo no dije nada. Aunque si le digo la verdad he pasado lo mío; porque siempre
te da cosa dejarte muertos por ahí. Es verdad que no me vio nadie ni fui a la cárcel
ni juicio ni más historia. Pero el reconcomio que tiene uno, eso no está pagado
con nada. Que yo he pasado lo mío
-Me imagino- entendió perfectamente el policía.
Conforme había pasado el atestado el agente se
movía en su asiento, como si se estuviera haciendo pipí o se hubiera el dejado
el coche mal aparcado. Con evidentes ganas de terminar aquello me dice:
-Y en este triple asesinato lo ha visto mucha
gente y no hay manera de escaparse.
-Claro, porque me ha visto mucha gente es lo primero.
Pero también es verdad que no estoy dispuesto a vivir con la cosita de haber
matado a alguien. A vivir no, a sinvivir.
-Claro, le entiendo perfectamente- repuso el policía.
-Bueno, pues usted me dirá. Yo ya más no puedo
contar. ¿Tengo derecho a un abogado? ¿a no testificar contra mí mismo?¿tengo
derecho a una llamada?...
-Espere, espere. No se precipite. Falta algo fundamental.
¿A qué hora y dónde ocurrió el triple asesinato?
-Ah, ¿no se lo he dicho?. Fue esta mañana a eso
de las doce en una terraza en Toledo.
-Vaya- exclamó el policía, con evidentes signos
de satisfacción. -Haber empezado por ahí…
-¿Por ahí?... ¿qué pasa?
-Que nosotros no llevamos los crímenes que pasan
en Toledo porque son de otra comunidad; eso lo llevan los de Toledo. Para eso
tiene usted que dirigirse a la comisaría de Toledo.
-Pero ¿entonces no me detiene ni nada, ni me lee
los derechos, ni me hace fotos de perfil y de frente?
-Ay, ya me gustaría. A ver si se solucionan
estos conflictos de competencias entre comunidades, pero mientras tanto, el
protagonismo, que se lo lleven ellos.
-Entonces, ¿me puedo ir?- pregunto con un poco
de decepción en mis palabras.
-Es lo suyo… a no ser que quiera usted denunciar
otra cosa que le haya pasado en Torrejón… En Torrejón no ha matado a nadie,
¿no?.
-No, no. En Torrejón los camareros son muy simpáticos.
-Hombre, si Torrejón se está convirtiendo en un
destino turístico de primera…
-No me extraña… Entonces dice usted que tengo
que ir a Toledo otra vez a que me detengan. Qué pereza. ¿No me podéis llevar
vosotros mismos, ya que tengo varias pruebas en contra de que soy asesino múltiple?.
Puedo ser hasta peligroso.
-Sí, vamos. Como si no tuviéramos nada que hacer
-A mí me da igual que me lleven, aunque sea en
un furgón policial.
-Para nada. Mire, vamos a hacer bien las cosas. Vaya
usted aquí a un hotel, se da una ducha, que está hecho unos zorros, pasa la
noche aquí en Torrejón disfrutando de su variada oferta cultural, de sus
monumentos, de su gente amable y cálida… Y mañana, mucho más tranquilo se va
usted a Toledo y arregla lo de su triple asesinato.
-Pero estará usted en que he hecho una cosa
horrorosa, ¿no?. Porque ya me pone en la duda.
-Sí, claro. Horrorosa, horrorosa. Pero una cosa
no quita la otra. Hay que hacer bien las cosas.
-Bueno, pues nada. ¿Miguel es usted?
-Sí, ¿cómo lo sabe?
-Me lo dijo su compañero… Bueno, pues nada
Miguel. Encantado. Yo me llamo Antonio.
-Encantado. Y nada, Antonio, cuando cometa un
crimen aquí en Torrejón, cualquiera, sea el que sea, no tiene usted más que
llamarnos. O si viene por aquí mejor.
-Gracias, Miguel.
Y salí de la comisaría de policía de Torrejón
cuando ya se estaba haciendo de noche. Entonces pensé que era ya muy tarde para
irse a Toledo otra vez. Y también pensé que lo mismo ni volvía a Toledo a
autodenunciarme. Que me buscaran por los telediarios y por los periódicos, así
en plan más romántico. Lo mismo me podría fugar en el primer avión y que se dictara
una orden de búsqueda por la interpol. Y convertirme en un fugitivo aventurero
y famoso… Bueno, ya vería. Por lo pronto
empecé a buscar un hotel que no fuera muy cutre donde ducharme. Llegaría, me
ducharía, me pondría otra vez la misma ropa arrugada, sudada y llena de sangre
seca y me iría a dar una vuelta para conocer los encantos de Torrejón y sus
gentes amables y acogedoras. Que aquí no hay gente rara, como pasa en Toledo.
Y como dijo aquella, mañana será otro día.
© Javier Vidal
©Javier Vidal