12 junio 2009

El ladrón de bicicletas

Tenía 37 años y se llamaba Miguel. Vivía en El Burgo, un pueblecito de Málaga. Trabajaba de perforador de conductos para instalaciones eléctricas. Pero como tanta gente, había perdido su trabajo hacía unos meses. Como tanta gente estaba “sinviviendo” con la hipoteca a cuestas y las deudas royéndole las entrañas. Viajó a Madrid en busca de trabajo pero no encontró nada.

Aquella mañana había intentado vender su coche de tres años y cambiarlo por uno de diez y algo de dinero a cambio. Estaba casado y tenía dos hijos, de ocho y tres años respectivamente. La misma mañana que había recorrido los 67 kilómetros que separan El Burgo de Málaga para ver a su madre viuda, enferma de corazón. Pero por la noche decidió que ya no podía más, que ya no podía volver a casa sin dinero. A las once de la noche vio un salón de juegos recreativos abierto y entró… para robar.

Pero todo salió mal. Tres hombres en principio y dos más después, salieron detrás de él gritando: “Al ladrón!!”. Ochocientos metros después, cuando Miguel no pudo seguir corriendo, se paró. Los cinco hombres se ensañaron con él. Usaron los adoquines de una obra cercana para tirárselos. Uno de los adoquines le dio en la cabeza y lo mató. Una vez en el suelo lo remataron a insultos y golpes en la cabeza y en la espalda.

Para entonces Miguel estaba ya muy lejos del hombre que fue. Para entonces ya había quedado muy lejos el padre de familia que paseaba a sus hijos en bicicleta o que visitaba a su madre enferma o que disfrutaba en la feria de San Agustín, de El Burgo. Para entonces ya no servía calmar los ánimos de sus agresores ni pedir disculpas ni entrar en razón, porque Miguel, el parado, el hipotecado, el deudor. Miguel, el ladrón, ya estaba muerto…

Toda esta historia apenas llamó la atención en los periódicos (los datos están cogidos de El País de 31 de mayo). Ni siquiera serviría para argumento de una película de ahora. Pero sí lo fue en 1945, cuando Vittorio de Sica empezó a rodar “El ladrón de bicicletas”. Esta obra maestra del neorrealismo italiano muestra la historia de Antonio Ricci, un padre de familia parado, de la Italia previa al final de la segunda guerra mundial, que busca un empleo desesperadamente. Su búsqueda da resultado pero para este trabajo es fundamental tener bicicleta, que no tenía. Como de la bicicleta que no tenía dependía su empleo, acompañado de su hijo Bruno, decide iniciar una aventura o desventura para conseguir robar la imprescindible y puñetera bicicleta. La historia que sigue no la cuento, pero el planteamiento guarda tanto paralelismo con la historia de Miguel que no he podido evitar mezclar la realidad con la ficción. Miguel y Antonio como víctimas de un sistema que aplasta a los más débiles; sistema gobernado por la pobreza, el paro, la violencia, el egoísmo y la particular escala de valores que nos hemos inventado para vivir en nuestro viejo planeta.

Pero la historia de Antonio es una película y la de Miguel sólo es una noticia más entre las miles de noticias de guerras y hambres lejanas que nos tragamos a la hora del telediario de las tres, entre cucharada y cucharada de salmorejo. A lo mejor ni siquiera es verdad; o a lo mejor es tan fiel a la realidad que es tan mentira como la propia realidad. El neorrealismo de la Italia de la Segunda Guerra Mundial se nos indigestaba. Pero ahora estamos tan informados de todo que las noticias nos sientan estupendamente y ni siquiera se nos repiten a la hora de la siesta.

©Javier Vidal

2 comentarios:

Anónimo dijo...

yo tambiés oí esa noticia, pero no supe después que el hombre quería robar para su familia. Esto está fatal; y las noticias no recogen realmente todo lo que pasa.

Kaótiko dijo...

yo creo que ya han descubierto el filón que existe en la realidad a la hora de hacer televisión. Si no, fijate en algunos programas y concursos a la hora de explotar la miseria y las miserias.