07 diciembre 2008

Una historia como otra cualquiera III

La semana la pasé reviviendo aquellas escenas de la discoteca; pero las veía a cámara lenta (ya que tenía la imaginación). Al llegar el fin de semana el corazón se me aceleró ante la idea de verla otra vez. Mi única preocupación era un grano que me había salido en el pómulo derecho; en realidad no se notaba mucho, pero yo lo sentía como si tuviera un piloto rojo parpadeando en la cara, con una flecha señalando y un cartel encendiéndose y apagándose que dijera: ¡¡¡Miren, miren el barrillo!!!. El viernes no la vi pero el sábado sí; fue en la misma discoteca.
Yo iba vestido con lo más atrevido de mi vestuario, que no dejaba de ser ropa de seminarista; aún así no iba del todo mal, si no fuera por el intruso del pómulo. La vi al lado de la escalera, estaba muy metida en conversación con una amiga; me despegué disimuladamente de mis amigos y me fui hacia ella. Me dirigía con paso firme, la cabeza alta, sin perderla de vista, convenciéndome a mí mismo de que el hijo de mi madre era irresistible, que hay veces en la vida en que un hombre debe tener valor y que ésta era una de esas veces. Pero conforme me iba acercando empezó a fallarme el ejercicio de autoestima, el ego se me fue desinflando y empecé a notar el intermitente del grano cada vez más rápido. Al llegar, mi amor propio estaba hecho un calcetín apestoso, las piernas me temblaban, empecé a sudar. Me acerque lo más que pude a ella como si estuviera esquivando a la gente, aunque en aquel rincón no había nadie. Al empezar a bajar las escaleras le pisé el pie derecho sin darme cuenta. La miré como pude, me miró indignada, le dije "perdón"; y siguió hablando con su amiga como si nada. Desde luego no la había impresionado con mi presencia. Me despedí de mis amigos y me fui a un sitio donde nadie me viera, que era mi casa. Le pedí perdón al espejo unas mil veces para saber la imagen que ella se había llevado de mí y cuando dije perdón mil doscientas cincuenta veces llegué a la conclusión de que ella habría pensado que era un subnormal pisamujeres, de aspecto desagradable y con la cara desfigurada por un barrillo enorme. Entonces decidí dejar a mi abuelo en paz e intentar dormir yo a ver si así me olvidaba un rato de mi existencia. (Continuará...) Ver las primeras partes de Una historia como otra cualquiera
©Javier Vidal

No hay comentarios: