Una estrella se ha escapado. La HE0457-
27 octubre 2009
Una estrella se ha escapado
24 octubre 2009
Siempre me pasa lo mismo
Siempre me pasa lo mismo.
Me gusta pasear por las calles de la ciudad como si no fueran mías ni yo fuera de ellas. Una ciudad conocida y desconocida al mismo tiempo. Unas calles por las que he pasado mil veces pero que cada vez es como si fuera
Y paso como una sombra, como si nadie me viera; y me gusta. Siento que nadie me ve y es probable que nadie me vea. Siempre me pasa lo mismo. Voy a una exposición; en medio de una plaza llena de viejos y niños han montado una carpa los de ACNUR. Dentro de la carpa recrean un campo de refugiados de Kosovo, con los grifos, los aseos improvisados, el suelo polvoriento... Dentro de la carpa hay tiendas de campaña y dentro de las tiendas hay fotos de niños y suena la voz de los niños quejándose. Todo está bien conseguido, provoca lástima. Al salir, una muchacha me hace un cuestionario y me pregunta si la exposición me ha hecho sentir como si fuera un refugiado. Yo le contesto que sí, pero los dos sabemos que no es lo mismo; ser refugiado no es estar en una carpa en medio de una plaza llena de viejos y niños. Siempre me pasa lo mismo.
Hago el camino de vuelta; los peatoncitos de los semáforos se ponen en verde como para que no pare, para que pase. Al principio me alegraba esa casualidad; parecía que tenía enchufe en la delegación de circulación: iba llegando yo a cruzar la calle, los coches se iban parando y finalmente el peatón se ponía en verde. Pero cuando llego a mi destino y llego a mi hora o antes de tiempo siempre lamento la complicidad eléctrica de los semáforos. Siempre me pasa al final; siempre me pasa lo mismo.
Y hoy, cuando iba llegando a mi casa, me ha pasado lo mismo. He pasado ajeno al mundo, bajo mis auriculares, envuelto en la música de la radio, mirando las cosas y la gente como si no fueran mías, como si yo no fuera de ellas. Pero cuando pasa un rato me empieza a pesar la soledad y ya no quiero ser invisible. Y voy aminorando la marcha, y me quedo parado ante un escaparate o mirando a la gente como si me viera. Pero ya la gente no me ve; y empiezan a cerrar los escaparates y la gente se va para sus casas y se empiezan a escuchar las televisiones desde dentro de las casas acurrucadas en la luz de la sala de estar. Y entonces me entra esa extraña sensación de ir vacío y de llegar vacío.
Y entonces pienso que la vida es una calle o muchas calles y que todas las calles se han paseado por esta tarde y yo he pasado por ellas como si no fueran mías. Y la gente son toda la gente que ya se metió en sus casas que son todas las casas. Y vuelvo mi casa solo, con la soledad de una tarde que es la soledad de toda una vida. Una vida por la que paseo como si no fuera mía, una vida por la que paso con la distancia y el frío del que no guarda ni deja nada en ella. Una vida encerrada en una carpa en medio de una plaza llena de viejos y niños.
Siempre me pasa lo mismo.
©Javier Vidal14 octubre 2009
Por lo que no será
Jeff Buckley murió en 1997, con 3o años. Estaba a la orilla del Wolf River, en Menphis (Tenesee) con un amigo. Mientras escuchaba "Whole lotta love" de Led Zeppelin de pronto se metió en el río y apareció cinco días después muerto y desnudo. Como decía aquello "ojalá estuvieras aquí" y seguir componiendo e interpretando así, como en esta canción.
Por tantas cosas que no serán valga esta oración cibernética. Por esas canciones que no escucharé y esa vida que no viviré, Jeff Buckley que estás en los cielos...
12 octubre 2009
Obama, los gays y la impaciente espera
07 octubre 2009
Una historia como otra cualquiera IV
El sábado siguiente ya me había repuesto un poco de mi traidora autoestima. Esta vez iba dispuesto a unir al fin mi vida a
"‑Oye, perdona que te pisara el otro día ‑, le diría yo con tono despreocupado.
‑Ah, por eso no te preocupes ‑, respondería ella
‑Es que me he comprado unas botas nuevas y no calculo bien las distancias
‑ No importa
‑ Además, andaba un poco despistado entre las luces, el ruido...
‑ Sí, la verdad es que aquí hay demasiado ruido
‑ Y sobre todo las luces, que confunden los sentidos. Hay un estudio que ha hecho un equipo de la Universidad de Conecticut que estudia de qué manera las luces psicodélicas afectan al estado de ánimo de las personas y de qué manera las pueden incitar a bailar, a reírse, a estimular la secreción de adrenalina e incluso la líbido.
‑ ¡Oh! ¡Qué conversación tan interesante! Tú debes ser un intelectual
‑ ¿Por qué lo dices?‑ preguntaría yo, modesto.
‑ ¡Pero si se nota en tu forma de hablar!. Me encantaría seguir hablando contigo; pero en este sitio hay demasiado ruido. ¿Te parece bien que vayamos a un sitio más tranquilo?
‑ Me parece estupendo."
Entonces en ese sitio tranquilo le confesaría que mis botas eran viejas y que en realidad la pisé porque andaba cegado por la pasión que sentía hacia ella. Supuse que era una conversación interesante y una forma memorable de iniciar un idilio.
También había pensado pisarla otra vez disimuladamente para que diera la impresión de que realmente nuestras vidas estaban unidas por el destino; o preguntarle si me conocía porque su cara me resultaba muy familiar, pero ese truco ya estaba muy visto. Otra alternativa era regalarle un disco de Mari Trini, pero recordé su forma de bailar en lo alto de la tarima y descarté que supiera siquiera quién era Mari Trini. Finalmente me decidí por la primera opción.
Esta vez estaba también al lado de
‑Sí, yo era: Es que me había comprado unas botas nuevas y no calculaba bien las distancias.
‑ Además, con las luces y el ruido...
Continuará. Ver las primeras partes de esta historia en "Una historia como otra cualquiera"